Excertos do Editorial do El País de hoje
(...) La boda del futuro rey de España, celebrada ayer con la asistencia de 1.700 invitados de todo el mundo, constituyó el primer acto de la que, con el tiempo, será una de las pruebas decisivas para un sistema al que debemos el más largo periodo de estabilidad y prosperidad de nuestra historia reciente: la sucesión en la Jefatura del Estado en virtud de la legitimidad dinástica, asumida y avalada por la Constitución de 1978. Hasta ahora, las previsiones de la Carta Magna han permitido que partidos de diverso signo accedan al poder y lo abandonen en función del voto mayoritario de los ciudadanos, tanto en el ámbito estatal como en el municipal y el autonómico. La ceremonia de ayer venía a ser un primer recordatorio de que, más allá de la alternancia de los partidos, el sistema estará plenamente consolidado cuando el príncipe de Asturias encarne la Jefatura del Estado y consiga para sí mismo y para quien haya de sucederle el mismo grado de aceptación popular y política que su padre, el rey Juan Carlos.
(...)Si la actitud de la Monarquía ha sido en todo momento integradora, mostrándose respetuosa, incluso, con quienes han preferido no participar en las celebraciones, otras instituciones han preferido dar prioridad a sus criterios, sin reparar en si eran compartidos o no por la mayoría. En unos casos se ha impuesto, así, una estética religiosa que no es representativa de cuanto se produce en nuestro país, y en otros se ha carecido de sensibilidad para distinguir entre solemnidad y espectáculo. Quizá por la influencia de unos medios de comunicación que, en los últimos años, han hecho de la banalidad y de los asuntos del corazón uno de sus asuntos principales. Aun tratándose de un género de acontecimientos que parece pertenecer a la misma esfera, conviene recordar que la jornada de ayer protagonizó algo enteramente distinto, más relacionado con la estabilidad y la vigencia de nuestro sistema democrático que con los ecos de sociedad.
(...) La boda del futuro rey de España, celebrada ayer con la asistencia de 1.700 invitados de todo el mundo, constituyó el primer acto de la que, con el tiempo, será una de las pruebas decisivas para un sistema al que debemos el más largo periodo de estabilidad y prosperidad de nuestra historia reciente: la sucesión en la Jefatura del Estado en virtud de la legitimidad dinástica, asumida y avalada por la Constitución de 1978. Hasta ahora, las previsiones de la Carta Magna han permitido que partidos de diverso signo accedan al poder y lo abandonen en función del voto mayoritario de los ciudadanos, tanto en el ámbito estatal como en el municipal y el autonómico. La ceremonia de ayer venía a ser un primer recordatorio de que, más allá de la alternancia de los partidos, el sistema estará plenamente consolidado cuando el príncipe de Asturias encarne la Jefatura del Estado y consiga para sí mismo y para quien haya de sucederle el mismo grado de aceptación popular y política que su padre, el rey Juan Carlos.
(...)Si la actitud de la Monarquía ha sido en todo momento integradora, mostrándose respetuosa, incluso, con quienes han preferido no participar en las celebraciones, otras instituciones han preferido dar prioridad a sus criterios, sin reparar en si eran compartidos o no por la mayoría. En unos casos se ha impuesto, así, una estética religiosa que no es representativa de cuanto se produce en nuestro país, y en otros se ha carecido de sensibilidad para distinguir entre solemnidad y espectáculo. Quizá por la influencia de unos medios de comunicación que, en los últimos años, han hecho de la banalidad y de los asuntos del corazón uno de sus asuntos principales. Aun tratándose de un género de acontecimientos que parece pertenecer a la misma esfera, conviene recordar que la jornada de ayer protagonizó algo enteramente distinto, más relacionado con la estabilidad y la vigencia de nuestro sistema democrático que con los ecos de sociedad.
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